lunes, 31 de marzo de 2008

Radio Euskadi 25 años

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Os duchais conmigo, o me ducho con vosotros, y según qué temperatura anunciais, decido qué ponerme para ir a trabajar. Los sábados desayunamos con vuestro “cocidito”, y Ganbara nos acompaña por la noche ¡Zorionak por vuestros programas!

Estas fotos os las hice el sábado cuando estuvisteís emitiendo desde Hondarribia.

lunes, 17 de marzo de 2008

Dos mujeres. Alaba

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Alaba

Cuando supe que sería madre vivía en Bilbao, trabajando y en 4º curso de carrera. Tenía muy claro que no quería seguir viviendo en una gran ciudad, quería ofrecerle a la niña que iba a nacer una infancia parecida a la que yo tuve. Recordaba mi infancia jugando en la calle, en verano hasta bastante tarde. Recordaba que desde la calle llamaba a amatxo: “Ama, la merienda”, y ella la echaba desde el balcón.

Pedí el traslado en el trabajo. Los compañeros me hicieron una bonita despedida. Mikel me dedicó estos versos; Carmen tocó el acordeon mientras los demás cantaban entre todos.
No me hice ninguna prueba para saber si era niño o niña, pero interiormente sabía que sería niña y solo teníamos elegido un nombre: LAIDA.
Laida: brote anual de vegetal.
Laida: playa, mar, agua... la fuerza del agua, incontrolable, libre... Todo ello recogido en el nombre; así quería que fuera mi niña.

Y Laida nació el 30 de septiembre de 1983. Han transcurrido 24 años, y durante todos ellos ha demostrado su fuerza, su personalidad.

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Era muy pequeñita; la carita redonda, los ojos oscuros, chatita, los dedos muy largos, muy largos... ¡preciosa! Hice una chaquetita para cuando naciera –la primera que hacía–. Mi sobrina, Ana, me decía sonriendo: “Le quedará grande”. ¡Qué razón tenía! No se la pudo poner hasta los siete meses.
Era muy mimosa. Al acostarla no le gustaba que la dejara sola en la cuna, lloraba sin parar. La cogía en brazos, la apoyaba contra mí y en un par de segundos estaba dormida. Le gustaba mucho el agua. Cuando la sacaba del baño lloraba. Era mimosa, curiosa, alegre, y disfrutaba balanceándose en el columpio. Teles, un compañero de trabajo, le dedicó esta poesía.
Un día de Santo Tomás la llevé a Donostia con la hija de una amiga. Querían comer txistorra. En la txosna pedí: “Una pequeñita para la niña”. Al oirlo, protestó: “Para mí grande, para mí txistorra grande”. Deseaba que fuera vegetariana como yo, pero me salió “todo terreno”: carne, chorizo, txistorra, jamon... era lo que más le gustaba y le gusta.

Con la andereño Belen aprendió el significado de “infinito”. A partir de entonces todo era infinito: “Amatxo, hoy comeré... infinito”, “dormiré infinito”.
-Amatxo, ¡te quiero infinito!
-¡Y yo te quiero hasta la luna!
-Pues yo, amatxo, hasta... ¡America!
-Yo te quiero más, –respondí– pues la luna está más lejos.
-No, amatxo, –me respondió muy seria– la luna se ve ahí y America no.

Siempre le he hablado como si hablara con una persona mayor. A veces me pedía cosas que no podía comprarle, eran caras para mis posibilidades, y le decía que no tenía dinero. “Amatxo, cómpralo, compra dinero, así ya tendrás”. Cuando le preguntaban que quería ser de mayor, respondía: “Yo quiero ser cajera de Eroski”. Hasta que supo que el dinero que manejaban las cajeras no era para ellas.

Un verano, tenía 14 años, me dijo:
-Amatxo, este verano voy a trabajar.
-¿Trabajar? ¿En qué?
-Pediré trabajo en los bares.
-¡Pero si eres muy joven, bihotza!
-En verano siempre necesitan gente; iré a preguntar.
Era mediodia; dejé que saliera a buscar trabajo; no sería yo quien le quitara la ilusión. ¿Qué hostelero le daría trabajo a una jovencita de 14 años?
Llegó la hora de comer y no había vuelto. Las tres de la tarde... sin aparecer. “Estará comiendo con su padre” pensé yo. Pero comprobé que no era así. Preocupada salí a buscarla por donde ella andaba con las amigas. Me encontré con una de ellas.
-Nahikari, ¿Has visto a Laida? Ha salido al mediodía y todavía no ha vuelto.
-¿Laida? Si, está trabajando, ¡está super contenta! La han cogido de prueba.
-¿Trabajando? ¿Dónde?
-En Txarpa, saldrá a las cinco.
Me tranquilicé y fui dónde estaba ella. Era el self-service que se encontraba al comienzo del espigón; y allí estaba mi niña: cansada, pero contenta. A partir de entonces ha trabajado casi todos los veranos. “Amatxo, así no tengo que pedirte dinero, yo también quiero ayudar”.

Cenábamos a las nueve de la noche. Llegó la hora de cenar y no estaba en casa. Las nueve, las nueve y media, las diez... y no aparecía. Estaba enfadadísima; ¡la haría picadillo! Al día siguiente tenía que levantarse temprano para ir al instituto; ¡dónde demontre estaba! Al rato, sentí que entraba en casa.
-¡Gabon, ama!
-¿Pero, pero se puede saber dónde has estado hasta ahora? ¡Estás no son horas de llegar a casa!
-Ama, no me riñas, vengo de los municipales.
-¿De los municipales? ¿Qué has hecho?
-He puesto una denuncia, ama.
-¿Una denuncia? ¿Qué denuncia? ¿Qué ha ocurrido?
Era un seis de octubre. Tenía 17 años recién cumplidos. El 30 de junio participó, por primera vez, en los San Marciales de Irun tocando el txilibito. Cuándo venía a casa, le agredió un chico, un jugador de rugby, en plena calle, en la calle San Pedro.

Y aquella agresión, fue el comienzo de más agresiones. Tres agresiones. Tres denuncias. Tres juicios. Sobre esto hablaré, detalladamente, en otra ocasión.
Laida tiene gran personalidad y siempre ha sido muy madura. Lo que mucha gente mayor de Hondarribia no hizo ante las agresiones, lo hizo ella cuando no era más que una adolescente: denunciarlas y hacer frente a l@s agresores. Al igual que la mar, no retrocederá, no permitirá que nadie le arrebate su espacio.
Si su abuela viviera, si su abuela la hubiera conocido, se habría sentido muy orgullosa de su nieta, tan orgullosa como me siento yo.

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Dos mujeres. Ama... amatxo

Este curso he estado haciendo muchas cosas a la vez y los blogs han salido perjudicados. Lo que leereis lo he traducido del euskara, pues primero lo escribí en nuestra lengua materna. Hay expresiones que no se decirlas correctamente en castellano, pero pienso que se comprenderán igualmente.

Retomo el blog para escribir yo también sobre las mujeres, concretamente sobre dos mujeres: una me dió la vida, a la otra se la dí yo.

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Ama... amatxo
Evarista Elu Aristondo (26-10-1910) nació en el caserío GARRO, en Berriatua (Bizkaia). Murió a consecuencia del cancer en el Hospital de Cruces (23-09-1980).
Era baserritarra, campesina. El caserío, la tierra... era su vida. Iba al mercado de Ondarroa con un carro verde, tirado por “Rubia”, la yegua, a vender leche y los productos de la huerta. Los domingos por la tarde ayudaba a amatxo a preparar las cosas que tenía que llevar al mercado: quitar la tierra a los puerros, frotar las manzanas con un trapo para que quedaran brillantes y colocarlas en cestos. Escoger las nueces más hermosas, los huevos más grandes y rojos e ir colocándolos en cestas pequeñas, en las que previamente había puesto paja o hierba seca, uno por uno y con mucho cuidado para que no se rompieran. Todo aquello era un juego para mí, era como estuviera jugando “a cocinitas, a cacharritos”.
Cuando amatxo volvía del mercado traía fruta que no teníamos en el caserio: plátanos, naranjas... La Semana Santa siempre la relaciono con las naranjas y las rosquillas –blancas, grandes, colgadas de un cordel– pues únicamente las comíamos en aquella época.

Dejó de asistir a la escuela a una edad temprana. Sólo tenía un vestido para ir a la escuela, negro –no tenía madre–. Utilizarlo, lavar, utilizarlo, lavar... Con frecuencia, tenía que ponérselo aunque no estuviera del todo seco, y de camino a la escuela se le iba secando con el calor del sol. En una ocasión, llegó así a la escuela, le salía vapor, y la maestra –solo hablaba castellano– gritaba: “¡Se está quemando, se está quemando!”, mientras le golpeaba pensando que era fuego.
Que paliza me dió, me dejó machacada! nos decía amatxo, y cómo se reía al contar la anécdota. Tenía buen humor.
Fue poco a la escuela, pero no se defendía mal hablando castellano y francés, aunque la influencia del euskara se notaba enseguida. Cuando teníamos que ir al especialista íbamos a Bilbao. Al acabar la consulta, amatxo le preguntaba al médico:
-Diga, doctor ¿Cuánto me va a quitar?
Y el médico, muy serio y con cara de asombro:
-¡Señora, yo no le voy a quitar nada! Le cobraré como a todo el mundo.

Nuestro hermano mayor era taxista. Como todavía no teníamos teléfono venían a casa a encargar el taxi. En cierta ocasión vinieron unos veraneantes; querían ir a Bilbao. Estaban hablando con amatxo y el hombre preguntó:
-Señora, y... ¿el taxi tiene baca?
-¿El taxi vaca? –nuestra amatxo–. ¡No, hombre, no! ¡Si ahora los automóviles van con motor!
¡Lo que nos reimos al contárselo a nuestro hermano cuando llegó por la noche!
-Ama, naciste baserritarra y morirás baserritarra. No se habrán reido poco a costa tuya –le decía él–.

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Todavía me rio yo al recordarlo. Nuestros padres vinieron a vivir a Hondarribia después de acabar la guerra. Vinieron a trabajar, pues a aitatxo no le daban trabajo en Ondarroa porque se posicionó a favor de los rojos y porque ayudó a mucha gente a escapar por el monte. Para entonces tenían cuatro hijos; el resto, hasta diez, nacimos en Hondarribia; vivimos siete.
Nuestro aitatxo trabajó en el escabeche, la fábrica de pescado que existía al lado del aeropuerto, hoy día en ruinas. Hacía toneles para conservar el pescado y, además, arreglaba las barricas de sidra de los caserios de Hondarribia.

Nuestra amatxo trabajaba en Hendaia. Así aprendió francés, trabajando. Al cruzar la frontera, los gendarmes le miraban la documentación y le decían:
-Madame, vous êtes Elu?
-Mais oui, je suis Elu, élue pour travailler –respondía ella–.
-Señora, ¿Usted es Elu?
-Pues sí, soy Elu, elegida para trabajar.
De nuevo regresaron al caserío, y del caserío a Ondarroa. La gran ilusión de amatxo era volver a esta parte del Bidasoa: Donostia estaba cerca, Baiona también, Irun... una ciudad grande. Todas ellas ofrecían oportunidades que no ofrecía el vivir en un pueblo pequeño como Ondarroa. Murió sin cumplir su sueño.

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