jueves, 10 de mayo de 2007
Primavera en las Bardenas
Nunca había estado en las Bardenas, y todos los documentales y fotos que había visto me mostraban un paraje seco, todo color tierra, sin vegetación. Pero la semana pasada me llevé una grata sorpresa. Había charcos de agua, muchos; había tanto barro que no pudimos hacer el recorrido que tenían pensado Elena y Jesus para mi primer contacto con las Bardenas. Había variedad de plantas y flores –he conocido la planta del esparto–; y hasta un sapo verde, o rana, no sé que era, se lo preguntaré a Esther, pues ella es la especialista; había caracoles con el caparazón blanco-blanco; yo pensaba que estaban vacios, que solo eran cáscaras, pero estaban vivos. Y mosquitos, pequeñitos ellos. ¡Pero cómo pican los jodidos! Ese día no sentí nada. "Que bien –pensaba yo–. Estos mosquitos bardeneros no me afectan, no son como los tábanos". Pero al siguiente, ¡amatxo maitia, qué era aquello, tenía los brazos acribillados! ¡Y qué picor! Ha transcurrido una semana y sigo teniendo las marcas. Os aconsejo que lleveis un spray, de esos que venden en las farmacias, y os embadurneis bien con él.
Conocí también un lugar especial llamado El Bocal. Y allí, un roble altísimo, muy hermoso. Y un laberinto, un lugar de misterio para los niños. Me pareció un sitio precioso, pero muy abandonado, descuidado.
A la vuelta empezó a llover, y tuvimos la oportunidad de ver el arco iris –Erromako zubia, ortzadarra, ostadarra– en todo su explendor, de lado a lado y, a veces, doble.
Fue un día precioso. Eskerrik asko Elena eta Jesus por el día que me ofrecisteis.
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