lunes, 17 de marzo de 2008

Dos mujeres. Ama... amatxo

Este curso he estado haciendo muchas cosas a la vez y los blogs han salido perjudicados. Lo que leereis lo he traducido del euskara, pues primero lo escribí en nuestra lengua materna. Hay expresiones que no se decirlas correctamente en castellano, pero pienso que se comprenderán igualmente.

Retomo el blog para escribir yo también sobre las mujeres, concretamente sobre dos mujeres: una me dió la vida, a la otra se la dí yo.

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Ama... amatxo
Evarista Elu Aristondo (26-10-1910) nació en el caserío GARRO, en Berriatua (Bizkaia). Murió a consecuencia del cancer en el Hospital de Cruces (23-09-1980).
Era baserritarra, campesina. El caserío, la tierra... era su vida. Iba al mercado de Ondarroa con un carro verde, tirado por “Rubia”, la yegua, a vender leche y los productos de la huerta. Los domingos por la tarde ayudaba a amatxo a preparar las cosas que tenía que llevar al mercado: quitar la tierra a los puerros, frotar las manzanas con un trapo para que quedaran brillantes y colocarlas en cestos. Escoger las nueces más hermosas, los huevos más grandes y rojos e ir colocándolos en cestas pequeñas, en las que previamente había puesto paja o hierba seca, uno por uno y con mucho cuidado para que no se rompieran. Todo aquello era un juego para mí, era como estuviera jugando “a cocinitas, a cacharritos”.
Cuando amatxo volvía del mercado traía fruta que no teníamos en el caserio: plátanos, naranjas... La Semana Santa siempre la relaciono con las naranjas y las rosquillas –blancas, grandes, colgadas de un cordel– pues únicamente las comíamos en aquella época.

Dejó de asistir a la escuela a una edad temprana. Sólo tenía un vestido para ir a la escuela, negro –no tenía madre–. Utilizarlo, lavar, utilizarlo, lavar... Con frecuencia, tenía que ponérselo aunque no estuviera del todo seco, y de camino a la escuela se le iba secando con el calor del sol. En una ocasión, llegó así a la escuela, le salía vapor, y la maestra –solo hablaba castellano– gritaba: “¡Se está quemando, se está quemando!”, mientras le golpeaba pensando que era fuego.
Que paliza me dió, me dejó machacada! nos decía amatxo, y cómo se reía al contar la anécdota. Tenía buen humor.
Fue poco a la escuela, pero no se defendía mal hablando castellano y francés, aunque la influencia del euskara se notaba enseguida. Cuando teníamos que ir al especialista íbamos a Bilbao. Al acabar la consulta, amatxo le preguntaba al médico:
-Diga, doctor ¿Cuánto me va a quitar?
Y el médico, muy serio y con cara de asombro:
-¡Señora, yo no le voy a quitar nada! Le cobraré como a todo el mundo.

Nuestro hermano mayor era taxista. Como todavía no teníamos teléfono venían a casa a encargar el taxi. En cierta ocasión vinieron unos veraneantes; querían ir a Bilbao. Estaban hablando con amatxo y el hombre preguntó:
-Señora, y... ¿el taxi tiene baca?
-¿El taxi vaca? –nuestra amatxo–. ¡No, hombre, no! ¡Si ahora los automóviles van con motor!
¡Lo que nos reimos al contárselo a nuestro hermano cuando llegó por la noche!
-Ama, naciste baserritarra y morirás baserritarra. No se habrán reido poco a costa tuya –le decía él–.

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Todavía me rio yo al recordarlo. Nuestros padres vinieron a vivir a Hondarribia después de acabar la guerra. Vinieron a trabajar, pues a aitatxo no le daban trabajo en Ondarroa porque se posicionó a favor de los rojos y porque ayudó a mucha gente a escapar por el monte. Para entonces tenían cuatro hijos; el resto, hasta diez, nacimos en Hondarribia; vivimos siete.
Nuestro aitatxo trabajó en el escabeche, la fábrica de pescado que existía al lado del aeropuerto, hoy día en ruinas. Hacía toneles para conservar el pescado y, además, arreglaba las barricas de sidra de los caserios de Hondarribia.

Nuestra amatxo trabajaba en Hendaia. Así aprendió francés, trabajando. Al cruzar la frontera, los gendarmes le miraban la documentación y le decían:
-Madame, vous êtes Elu?
-Mais oui, je suis Elu, élue pour travailler –respondía ella–.
-Señora, ¿Usted es Elu?
-Pues sí, soy Elu, elegida para trabajar.
De nuevo regresaron al caserío, y del caserío a Ondarroa. La gran ilusión de amatxo era volver a esta parte del Bidasoa: Donostia estaba cerca, Baiona también, Irun... una ciudad grande. Todas ellas ofrecían oportunidades que no ofrecía el vivir en un pueblo pequeño como Ondarroa. Murió sin cumplir su sueño.

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