La semana pasada me encontraba en el barrio del Antiguo, en Donostia. Entré en una panadería-cafetería a comprar pan. Se me acercó una de las trabajadoras.
Trabajadora— ¡Hola!
Yo— Arratsaldeon! Zerealak dituen ogi hori nahi dut, mesedez. –índicándole con la mano qué pan quería–.
Tr— ¡Hábleme en español, que no le entiendo!
Sentí un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo. No fueron sus palabras las que me produjeron ese efecto, sino el tono utilizado y la expresión de su cara.
Yo— Voy a ser respetuosa y amable, y voy a hablarte en castellano, como me has pedido. Quiero una barra de pan, por favor, ése que tiene copos de avena por encima. (El tono que utilicé era cordial; a mi lado había un hombre comprando pan y escuchando la conversación).
Tr– ¿El de cinco cereales?
Yo– El que tiene copos por encima, no sé si ése es él de cinco cereales.
Mientras envolvía el pan le pregunté:
N– ¿Sabes algo de euskera?
L– ¡No me interesa, no tengo ningún interés! –Muy seria y con expresión dura–.
No podía comprender por qué respondía así, con semejante tono; yo le estaba hablando en tono cordial, sin manifestar enfado, aunque tenía motivos más que justificados teniendo en cuenta el tono de sus respuestas. No tengo por costumbre pedir a las personas que vienen de fuera lo que no les pido a quienes han nacido aquí. Pero sí pido que me hablen en un castellano amable y respetuoso. No me iría del establecimiento sin decirle lo que pensaba.
Yo— Pues debería interesarte, ya que estás trabajando de cara al público, y, además, deberías de tener en cuenta que vives en el País Vasco, no en Madrid. ¿Cuánto es?
Tr– 1€ 10
Yo– Agur!
Este episodio me hizo recordar la época de represión franquista. A nuestro pueblo vinieron muchos trabajadores, andaluces, gallegos, extremeños… De niña, fueron muchísimas las ocasiones que escuché: “¡Hablen en cristiano!”. Y yo le preguntaba a nuestra amatxo qué lengua era esa, y si sabía hablarla, pues amatxo hablaba euskara, castellano y francés.
Ello también me hizo recordar las palabras de un político catalán pronunciadas en una conferencia a la que asistí hace algunos años. “Los inmigrantes que en otra época llegaban a Cataluña —dijo—, eran de países africanos, Ghana, Gambia…; aprendían catalán sin grandes dificultades; en la policía hay todavía algún que otro municipal de esos países; pero ahora, los que llegan ahora —entonces gobernaba el PP— son de Sudamérica, y no demuestran ningún interés por la lengua, por aprender catalán. La política de inmigración, es una política que está muy bien pensada. Pero…”.
Hace tres años me sucedió algo parecido en Irún. Entré en una peluquería y les pregunté si hacían depilación: “Depilaziorik egiten duzue?”. “A mí en castellano” —fue la respuesta—. El tono empleado en aquella ocasión tampoco fue nada cordial.
Les repetí la pregunta en francés. Estaba claro que no sabían hablarlo, pero pusieron gran empeño en darme a entender —gestos incluidos—, que no, que allí no depilaban. “¿Qué —les respondí—, ahora no me decís que os hable en castellano?”.
PD: Por cierto, el pan, ¡malísimo! Cereales, ¡ninguno! Gonflé, totalmente gonflé, esto es, mucho volumen y muy poco contenido.
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